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Historia de La Guardia de Honor

 

 

 

 

 

 

 

En los comienzos del año 1863, el deseo de glorificar al Corazón de Jesús inspiraba a una Religiosa del Monasterio de la Visitación de Bourg (Ain), Francia, la idea de santificar el deber de estado cotidiano por la ofrenda especial de una Hora de Guardia en reparación de los pecados, públicos y privados, por los cuales Nuestro Señor sufrió en su agonía y derramó su sangre en la cruz.

Gracias a esta piadosa práctica se establecería una cadena espiritual permitiendo a cada uno comprender mejor la solidaridad del género humano en el pecado y en la redención.
Los principios fueron modestos. El 13 de marzo de 1863, tercer viernes de Cuaresma, en que entonces se celebraba la fiesta de las Cinco Llagas de Nuestro Señor, la Hermana María del Sagrado Corazón Bernaud, diseñaba un cuadrante en el que figuraban las Horas de Guardia distribuidas entre las Religiosas de la Comunidad. Antes de finalizar aquel mes, tres miembros del clero y 18 fieles se unían a ella. Muy poco tiempo después, el Excmo. Sr. Obispo de Belley y otro Prelado daban su nombre a la Obra naciente.
El movimiento se extendió y el 9 de marzo de 1964, Mons. de Langalarie, Obispo de Belley, erigía en el Monasterio de la Visitación una Cofradía bajo el título de Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús.
El 7 de abril de 1865, apenas transcurridos dos años desde sus comienzos, un Breve Pontificio concedía a los Asociados siete años de indulgencia por la Hora de Guardia. El Beato Pío IX no se contentó con bendecir la nueva Obra, sino que formó también parte de ella, aprobada ya en cuarenta y cuatro Diócesis.
En fin, el 26 de noviembre de 1878, la GUARDIA DE HONOR, era erigida en Archicofradía para Francia y Bélgica. Seguidamente otras 19 Archicofradías nacionales han sido erigidas en otros tantos países. Y hoy día existe muy floreciente en España, Italia, Estados Unidos, Suiza, Inglaterra, México, Uruguay, Canadá, Alemania, Brasil, Portugal, Colombia, Chile, etc.
El título "Guardia de Honor" no tiene hoy, sin duda, las resonancias que evocaba hacia mediados del siglo diecinueve. Nuestra época es igualmente refractaria a cierta manera de enfocar la reparación. Pero puede suceder que haya en esto algunas ideas falsas y equivocadas.
Una "Hora de Guardia" se puede entender de una manera demasiado pasiva, como un soldado que, con el fusil al hombro, vigila la entrada de un Cuartel General. Pero se puede entender también, de una hora de servicio activísimo, hora de guardia de un telefonista que, en plena batalla, asegura la comunicación entre los jefes y sus tropas, o la jornada de guardia de un médico que, el domingo, está atento a todas las llamadas que le puedan hacer. Las palabras pasan, pero las realidades que ellas nos indican, permanecen.
Si se comprende bien, la Hora de Guardia expresa muy sencillamente la idea que durante un corto espacio de tiempo, un cristiano, un religioso, un sacerdote, se esforzará por vivir más plenamente su unión con Cristo, no teniendo otra intención que la suya, otros pensamientos ni otros sentimientos, que los pensamientos y los sentimientos del Corazón de Jesús.
Las fórmulas adoptadas hasta el presente por la GUARDIA DE HONOR hablan de la "ofrenda" de una Hora de Guardia para santificar el deber de estado cotidiano. Traduciendo su significado para los hombres de nuestro tiempo, la ofrenda, análoga a la que hacen los Socios del Apostolado de la Oración, no es solamente una práctica de piedad, sino que debe informar toda nuestra vida. No se trata de atesorar horas de Guardia como se guardan en un cofre las onzas de oro, o como se hace un depósito en los fondos de cualquier Sociedad, sino de vivir intensamente su vida de todos los días, dándole una orientación profunda que la unirá a Cristo y nos hará corredentores.
En teoría, esto debería extenderse a toda la vida, sin interrupción ni división. Pero ¿quién puede lisonjearse de vivir así, sin desfallecer, de la mañana a la noche, desde el primer viernes de mes hasta el siguiente? Los teólogos discuten por saber cuántas veces será preciso hacer actos explícitos de caridad para que el mérito sea verdadero, con mayor razón podemos pensar que sólo los Santos pueden hacer de su vida una ofrenda continua.
Vivir una Hora de Guardia es, pues, tratar de probar a Nuestro Señor que se quiere pertenecerle totalmente, rescatarse a sí mismo por los méritos de la Pasión y contribuir a extender sobre el mundo los beneficios de la Redención. Una hora es mucho para quien comienza, es poco para quien avanza en la vida espiritual. La práctica de la Hora de Guardia conduce insensiblemente a orientar toda la jornada diaria hacia los intereses del Reino de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

La Hora de Guardia es análoga a la práctica de retiro mensual o del examen diario. Tiene la ventaja de ser más exigente y más fiel. No pide ningún cambio en las ocupaciones, sino solamente que se tenga conciencia de nuestra unión con Cristo. De la necesidad de vivir en Él y por Él para llevar fruto. No solamente el soldado, el telefonista, el médico que antes nos han servido de ejemplo, sino la madre de familia, el obrero que lima el hierro o ensambla maderos, el labrador que siembra y cultiva la tierra, el albañil que construye, el ingeniero que inventa una máquina, pueden encontrar en esta práctica la ocasión de mayor santificación propia y un apostolado más auténtico.
Un cristiano no puede, en efecto, dispensarse de ser apóstol. La oración que no condujera al apostolado sería una oración sospechosa. El cumplimiento del deber de estado es el primer paso en este camino real, siendo mucho más costoso de lo que se piensa. Después se continúa por las diversas formas de apostolado de los laicos, especialmente por la Acción Católica que los últimos Papas no han dejado de recomendar. Pero cuanto más pretendamos hacer directo y eficaz nuestro apostolado, tanto más debemos vigilar a fin de que se mantenga profundamente sobrenatural. Es Dios quien tiene la iniciativa, Él nos llama a demostrar nuestro amor. Una Hora de Guardia pasada junto al Corazón de Cristo dará a las obras emprendidas una eficacia que difícilmente tendrían sin ella. Asociándonos en esta Hora al misterio de sus sufrimientos, nos llevará también a unirnos a los goces de su resurrección y a caminar en adelante bajo el soplo divino del Espíritu de Pentecostés.
Desde su origen esta Hora de Guardia ha sido ofrecida en espíritu de reparación. El pecado tiene múltiples aspectos: es desobediencia, ingratitud, negación al amor; pero constituye también un desorden espiritual cuyas consecuencias atacan a Cristo en sus miembros. Sería falso reducir la gravedad del pecado únicamente al mal que puede hacer al prójimo, cuando en verdad herimos más a menudo al Corazón de Jesús por nuestra actitud hacia nuestros hermanos. "Si me amáis - dice Jesús - guardad mis mandamientos". Y San Juan nos que dice por el amor al prójimo se pasa de la muerte a la vida. Reparar será, pues, tener conciencia de que el pecado es un desorden en nuestras relaciones con Dios, será tenerla también del desorden que introduce en el mundo.
Hacer la "Hora de Guardia", no será por lo tanto, solamente "ofrecer" esta Hora al Corazón de Jesús, sino vivir el deber de estado como el Señor nos pide vivirlo. Será cumplir nuestra misión de hombres, pero hacerlo tan bien que quede todo transformado y cada uno pueda decir en unión con sus semejantes: "Yo vivo, no, ya no soy yo el que vive, es Cristo en mí".
Si Cristo vive así en nuestros corazones. Si el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, anima de este modo nuestra existencia; si relevándonos de hora en hora aseguramos una guardia vigilante sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea, con los ojos fijos interiormente en el Señor, qué cadena de oración, de fe, de esperanza y de caridad se forjará contribuyendo a neutralizar y a contrarrestar poco a poco el desorden del mundo.
La reparación no será entonces un "sustitutivo" secundario de la verdadera vida, sino un espíritu que nos haga participar en todo momento de la Redención por la cual el Hijo de Dios ha reparado y repara aún un mundo destrozado, curando sus heridas, asumiendo y llevando a la perfección todas las riquezas naturales de este mundo.
Los Soberanos Pontífices han demostrado siempre su benevolencia y alentado a laGUARDIA DE HONOR. "Deseamos de todo corazón, escribían desde el Vaticano con ocasión del Centenario de la fundación de la obra (1963), que la práctica de la Guardia de Honor que puede ser tan útil al progreso interior de todos, simples fieles, militantes de Acción Católica, aún religiosos y sacerdotes, no pierda nada de su atractivo. La presencia frecuente de cada uno, a intervalos regulares, junto al Corazón de Jesús, lejos de ser incompatible con los trabajos apostólicos o formas actuales de piedad, puede ser un manantial poderoso para ellos, semejante al de las energías de que tiene necesidad cada sector de la actividad religiosa.
Después de Pío XII y Juan XXIII, por no citar sino a los más recientes, Pablo VI y Juan Pablo II se han dignado enviar su paternal Bendición apostólica a la Archicofradía.

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